Ahogar al otro: el síntoma de una sociedad enferma

Artículo de Nani Navarro, concejala de Bienestar Social

Esta semana, Alhama se ha visto sacudida por un episodio doloroso que ha puesto a prueba la altura moral y política de quienes nos representan. A raíz de la denuncia contra un joven por un presunto tocamiento a una menor en la piscina municipal, algunos han decidido arrojar gasolina sobre el fuego, utilizando a una familia y la preocupación social como trampolín político. Y eso es inadmisible.

Desde el Partido Socialista, al igual que el Gobierno local del que formo parte, condenamos sin paliativos cualquier acto que atente contra la libertad, la integridad o la dignidad de las mujeres. Por eso actuamos de manera rápida y eficaz. Que se investigue, que se diriman las consecuencias, que se repare el daño. Pero que no se utilice. Porque eso es lo que han hecho algunos representantes públicos esta semana: instrumentalizar este hecho para sembrar el miedo y el odio.

VOX, con su habitual estrategia basada en el enfrentamiento, agitó discursos sobre “inseguridad” y “oleadas migratorias” completamente alejados de la realidad de nuestro municipio. La delincuencia en Alhama viene descendiendo desde hace meses, y quienes vivimos aquí lo sabemos: Alhama es un municipio seguro, con una convivencia que muchas otras localidades querrían para ellas. Esa es la verdad, y no la caricatura alarmista que algunos quieren vender para obtener rédito electoral.

En la concentración organizada por la ultraderecha en el complejo Guadalentín se lanzaron afirmaciones escandalosas: se hablaba de una supuesta “violación brutal”, de “terror migrante”, y de que “no se puede salir a la calle”. Todo ello sin respeto alguno ni por los hechos reales ni por la convivencia que tanto ha costado construir entre vecinos/as de múltiples orígenes.

Aún más grave fue la intervención del candidato número 11 del PP local, quien propuso sin tapujos “ahogar” a los agresores y “moler” sus restos. Un lenguaje brutal, inhumano y profundamente indigno de cualquier persona que aspire a representar a su comunidad. Posteriormente intentó excusarse hablando de un “arrebato” o “desahogo”, pero el daño ya estaba hecho. No podemos normalizar este tipo de declaraciones, vengan de donde vengan.

Porque aquí está el verdadero peligro: cuando la política abandona su papel de solucionar problemas y se convierte en amplificador de odios, la sociedad pierde. No se puede tolerar que representantes públicos conviertan un hecho concreto (grave, sí, pero aislado) en la excusa perfecta para criminalizar colectivos enteros o poner en duda la convivencia que tanto valoramos.

La responsabilidad de los políticos es poner medidas, no excusas; tender puentes, no encender hogueras. No se puede reaccionar con salvajismo ante un presunto delito, ni con silencio ante una ola de racismo. Ambas cosas son igual de inadmisibles. Y las dos deben combatirse con firmeza desde las instituciones, con leyes, con recursos, con educación y con responsabilidad.

Alhama no puede rendirse ante quienes buscan dividirla. Porque aquí convivimos personas de muchas procedencias, con historias distintas pero con un objetivo común: vivir en paz, criar a nuestras hijas e hijos en un entorno seguro y justo, y crecer como comunidad. Y lo hemos logrado en buena medida. Lo que ha ocurrido esta semana no define quiénes somos, pero sí exige una respuesta clara de quiénes no queremos ser.

Ni el delito ni el odio deben tener cabida en nuestra convivencia. Ambos deben ser tratados con la misma contundencia, pero sin caer en el populismo ni en la barbarie. Es aquí donde los líderes políticos debemos dar ejemplo. No cabe tolerar que se utilicen las instituciones para justificar el racismo o para sembrar el caos.

Si no reaccionamos con firmeza, si no trazamos un límite claro entre la defensa de la convivencia y el discurso del odio, estaremos fallando como sociedad. Y esa es la verdadera línea roja: no permitir que el miedo nos cambie, ni que la política se alimente de nuestros peores impulsos. Porque el futuro que dejemos a nuestros hijos e hijas no dependerá solo de las leyes que aprobemos, sino de las actitudes que toleremos.

Y si algún día tuviéramos que explicarles por qué fracasamos, que no sea porque callamos. Que no sea porque tuvimos miedo de defender la dignidad. Que no sea porque dejamos que los que más gritan decidan por todos.

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